Iker Karrera Trail Runner

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Iker Karrera Salomon

Amaneceres de luz, anocheceres de fuego. Lluvia en la cara, la tierra bajo tus pies.

Iker Karrera Salomon

Olor a madera muerta, boj y pinos.

Iker Karrera Salomon

El grito de la marmota, huye el sárrio. El viento en el collado alto.

Iker Karrera Salomon

Simplemente TRAIL RUNNING.

IKER KARRERA

Nací y crecí en Amezketa. Un pueblo pequeño de Gipuzkoa (Pais Vasco). En el caserío Lizeaga, que está dentro de lo que hoy se conoce como Parque Natural de Aralar, en las faldas del conocido monte Txindoki.

Mis padres vivían de la ganadería, teníamos vacas de leche. En el caserío había siempre trabajo para todos y yo y mis hermanos, exactamente dos hermanos y una hermana, pasamos muy poco tiempo de nuestra infancia en la calle. El caserío y sus alrededores eran nuestro pequeño mundo, donde aprendimos muchos secretos de la naturaleza, de las enseñanzas de nuestros padres. Este saber que tiene la gente del campo y que vive de ella. Ese saber que partiendo del conocimiento y del respeto, nos enseñaron a cuidarla y porque no decirlo a amarla.

Si bien hubo momentos que el trabajo, duro trabajo del caserío era una carga y un sufrimiento para un niño, también para un adolescente, visto desde la perspectiva actual me siento muy afortunado de haber crecido en ese entorno. Si no hubiera sido así, hoy no sería como soy.

Ya desde muy pequeño correr, saltar,... era lo que más me gustaba y como vivía en un caserío, correr por el monte, por el campo, es lo que he hecho desde siempre.

Para mi, correr por el monte es lo más natural del mundo. Por necesidades del trabajo en casa, con el ganado, nos toco a los hermanos correr detrás de ellas muchas veces. Es corriendo detrás de las novillas cuando seguramente habré hecho mis primeras carreras, mis primeros sprints. Luego la rivalidad a veces, el juego otras veces entre los hermanos, hacía que muchas veces corriéramos a ver quién era el más rápido, quién llegaba a no se que sitio antes,.... Y ya desde muy joven empecé a correr por las sendas de Aralar, intentando poner mis propias marcas, mis propios récords, ilusiones de un niño, sueños de un chico que disfrutaba y se sentía bien corriendo por el monte.

Estudié bachillerato en Tolosa. Allí en clase, el fútbol era el deporte estrella, jugaba como portero y creo que no se me daba nada mal. Pero correr era lo mío.

El siguiente paso importante en mi vida fue estudiar la carrera. Para ello fui a Iruña, dónde hice la carrera de Ingeniero Técnico Agrícola en Explotaciones Agropecuarias. La vida de estudiante universitario a veces te da la posibilidad y el tiempo de hacer otras cosas y es allí donde empece a “entrenar” con cierta continuidad. Y de allí di mi primer salto a la “competición”, participando por primera vez en la Behobia-San Sebastian. Para lo poco entrenado que fui, hice un papel aceptable. Y ya se sabe, el que prueba termina enganchándose.

Estuve unos cuantos años participando en pruebas populares de carreras de asfalto. Pero correr en el monte era lo que seguía gustándome.

Terminar la carrera y empecé a trabajar en Tolomendi, Asociación de Desarrollo Rural de la Comarca de Tolosaldea. Un trabajo en el que sigo todavía y sigo ligado de otra forma al monte, al campo, a la gente y al mundo rural donde puedo aportar diariamente mi grano de arena, para el desarrollo y conservación de estos entornos, de las actividades económicas que se dan en ellas y de sus gentes.

Cuando empiezo a trabajar, como no, empiezo a disponer de cierta libertad económica, mi primer coche,... y es cuando poco a poco empiezo a descubrir nuevas sierras, nuevas montañas, el Pirineo, que me conquistó desde la primera vez que estuve en ella. La mayoría de las veces iba sólo, es así como descubrí y subí mis primeros tresmiles. Fueron momentos muy intensos, una forma de adentrarme en la montaña, muy intima, personal y una forma de trabajar y descubrir mi propia identidad, mi propia personalidad.

En el monte, no hay lugar para la arrogancia, para la presuntuosidad ni alardes de fuerza. Te exige ser humilde, ser sincero contigo mismo y aceptar que somos muy débiles ante la fuerza y la grandeza de la montaña.

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